El tomate está plenamente integrado nuestra dieta y cultura. Como bien dice nuestro refranero popular: «Con tomates, mil manjares». Sin embargo, si en algo coincidimos todas las generaciones, culturas e idiomas es en que los tomates ya no saben a tomate.
Pese a contar con más de 1.800 variedades en el mercado, apenas notamos la diferencia entre unas y otras. El modelo de producción tiene gran parte de la culpa: los precios bajos obligan a los productores a buscar una mayor producción y dejar atrás la calidad del sabor. Una vez más, la ciencia tiene las razones de por qué los tomates ya no saben a tomate y también las soluciones a este drama gastronómico.
El grupo de investigación del profesor Antonio Granell codificó el genoma de la hortaliza e identificó los componentes de su ADN que están relacionados con el desarrollo de su sabor y olor característicos. Una información valiosa que puede tenerse en cuenta a la hora de seleccionar y crear mediante la técnica CRISPR, las variedades que reúnan las características del tomate ideal: resistencia a las enfermedades, productividad y ser cultivable durante todo el año. Ahora, por fin, es posible incluir el factor del sabor a la ecuación tras años de pérdida del gusto en favor de la cantidad.