Recientemente, el antiguo vicepresidente de los Estados Unidos y ambientalista, Al Gore, en una entrevista para The New Yorker Radio Hour, dijo refiriéndose al calentamiento global, “Tenemos un interruptor que podemos apagar”.
Esta prometedora afirmación se basa en un reciente descubrimiento científico que afirma que, una vez que dejemos de emitir gases de efecto invernadero, alcanzando el nivel denominado Net Zero, la temperatura de la tierra dejará de aumentar casi inmediatamente.
Esto ocurriría porque la crisis climática es, en realidad, una crisis de combustibles fósiles. Aproximadamente, el 80% de las emisiones de CO2 a la atmósfera provienen de la quema masiva de petróleo y gas. Dado que las fuentes de energía más utilizadas hoy en día provienen, mayoritariamente de estos combustibles, su sustitución por fuentes de energía renovables reduciría drásticamente las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, frenando el calentamiento global. ¡Como si apagásemos el interruptor que está calentando la Tierra!
Lo más llamativo de la crisis climática es que conocemos la solución. No estamos esperando a descubrir la solución al problema, sino que es bien conocida, solo falta implementarla.
Para entender ¿por qué no lo hemos hecho ya? podríamos remitirnos al dilema de La tragedia de los comunes.
La tragedia de los comunes fue un ensayo del ecólogo americano Garrett Hardin (1915-2003) en un artículo llamado “The tragedy of the commons” publicado en Science, en 1968.
Hardin explicaba que cuando un bien que parece abundante o ilimitado, es de dominio público, sus usuarios tenderán de manera natural a su sobreexplotación, llevando al agotamiento del bien y a la tragedia.
Lo que lleva a la sobreexplotación es utilizar un bien público sin ningún tipo de regulación, y pensando únicamente en el beneficio individual. Sin tener en cuenta el impacto global.
Pero la tragedia de los comunes no se refiere solo a extraer, sino también de agregar (desechos al agua; contaminantes al aire; …), maltratando los recursos que “son de todos”, ergo, de nadie.
Así, volviendo a la pregunta inicial de ¿por qué no estamos solucionando el problema del calentamiento global si conocemos la solución?, la respuesta podría ser tan simple como: porque la atmósfera no es de nadie. Y resulta un comportamiento humano muy natural pensar que “ya vendrá otro a solucionarlo”.
Numerosos autores han investigado sobre las posibles soluciones a la gestión de los bienes comunes. Hardin, planteaba la privatización de los bienes comunes, para así poder regular su explotación, o la regulación mediante restricciones de acceso – algo parecido a lo se viene haciendo hoy en día con la gestión de los parques naturales – o la regulación mediante leyes coercitivas o impuestos a la contaminación – lo que recuerda al actual comercio de derechos de emisión. Otros autores como Elinor Ostrom, politóloga estadounidense, no estaba de acuerdo en que la administración del gobierno central o la privatización, son la única manera de evitar la tragedia de los comunes. Ostrom ganó el premio Nóbel de Economía por «desafiar la sabiduría convencional al demostrar cómo la propiedad local puede gestionarse con éxito mediante los bienes comunes locales sin ningún tipo de regulación por parte de las autoridades centrales ni mediante su privatización».
Conociendo que existen maneras exitosas de gestionar los bienes comunes, y que disponemos del conocimientos sobre cómo frenar la crisis climática, parece que solo nos faltaría tener líderes interesados en poner solución a esta crisis.
Así, sugiero no caer en la idea, que parecen estar tratando de inculcarnos, de que ya es demasiado tarde y no hay solución para la crisis climática. Pues esto justificaría el seguir actuando de la misma manera, lo que, con seguridad, no solucionará el problema. Recordemos que, como dijo Hardin, “El individuo se beneficia mediante su habilidad para negar la verdad, aunque la sociedad en su conjunto, de la cual forma parte, se perjudique”.