Las emociones ayudan a almacenar recuerdos
Hace unas semanas sucedió algo extraordinario. Durante un evento de trabajo, mi cerebro fue capaz de recordar un dato aparentemente irrelevante: el cumpleaños de Isaac Newton según el calendario juliano.
En aquella sesión, se organizó una competición para poner a prueba nuestros conocimientos y habilidades pseudonavideñas, como escribir un villancico o encontrar cursilerías en una sopa de letras.
Aunque dichas actividades no resultaron especialmente entretenidas para un equipo con el espíritu festivo de El Grinch, hubo un momento memorable. A la pregunta “¿Cuál de estos famosos nació en Navidad?”, me escuché diciendo “Newton” sin titubear. Acerté y nos ahorramos una búsqueda en Dr. Google. Es verdad que había una lista de opciones, pero sabía a ciencia cierta cuál era la respuesta correcta.
Pero… ¿De dónde salió eso? ¿De quién era ese encéfalo tan memorioso? Mío seguro que no. Evocar esa fecha no tendría nada de asombroso para cualquiera con buena memoria semántica (y para quienes celebran la Newtondad). Pero en mi caso resulta curioso, ya que los datos suelen escaparse de mi como si en lugar de cráneo luciese un colador.
Emociones para formar memorias
Aunque conscientemente no sepamos qué es importante recordar, almacenar contenidos que son irrelevantes para nuestra vida diaria (pero útiles para jugar al Trivial) no es aleatorio. La hazaña de recuperar aquel dato podría explicarse por la amígdala, una zona del cerebro que se relaciona con la emocionalidad de los recuerdos.
Conocer que Newton nació un 25 de diciembre me debió sorprender por su coincidencia con el día de Navidad, lo cual habría ayudado a fijar el dato. Cuando podemos asociar un concepto nuevo a otro que ya poseemos, la memorización resulta más fácil.
Ahora bien, aprender que en el calendario gregoriano su natalicio cae un 4 de enero no me impacta en absoluto y, posiblemente, me cueste recordarlo.
Más memoria, por favor
El Dr. Jorge Medina, neurocientífico del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, explica que hay condicionantes que favorecen la creación de memorias a largo plazo: alimentarnos y dormir adecuadamente, hacer ejercicio físico moderado y mucho ejercicio mental (como leer, jugar a las cartas o entrenar con técnicas de memorización) y no sufrir estrés crónico… aunque cierto grado de estrés favorece el aprendizaje.
Factores como la alimentación juegan un papel primordial para mantener una buena salud cerebral, ya que repercuten, entre otros procesos, en la sinaptogénesis. La formación de nuevas conexiones neuronales y, por consiguiente, la generación de memorias, se da a través de impulsos electroquímicos. El cerebro no almacena un hecho, sino que registra la forma en cómo reacciona el sistema ante ese hecho mediante una serie de interacciones electroquímicas.
Recuerdo lo que recordé la última vez
Cuando evocamos una memoria, no la recuperamos tal cual se almacenó, sino que la regeneramos reactivando los patrones de funcionamiento neuronal.
Lo que recordamos es lo último que recordamos sobre lo que aprendimos la primera vez. Lo que se recuerda del evento original no es lo que ocurrió en el evento original, sino que lo cambiamos ligeramente, lo resignificamos.
Después de haberle dado tanta matraca al asunto, he reconsolidado mi memoria, así que la próxima vez que me pregunten “¿Cuándo nació Newton?”, recordaré la última vez que recordé recordar que nació el 25 de diciembre (ojo, según el calendario juliano).