Desde la primera alerta de casos de SIDA en Estados Unidos en 1981, 75.7 millones de personas han contraído el VIH y 32.7 millones han muerto por enfermedades relacionadas.
Cada año, se conmemora el Día Mundial del SIDA el 1 de diciembre. Establecido por la OMS y la ONU en 1988, fue el primer internacional día dedicado a la salud en todo el mundo.
En el 2020 en que el coronavirus ha robado el protagonismo en las portadas, quizás los lazos rojos conmemorativos pasen desapercibidos frente a las mascarillas. Sin embargo, no hay que olvidar que la pandemia del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) sigue activa. Solo en 2019 se infectaron 1.7 millones de personas. Hagamos algo de memoria, revisando diferencias y semejanzas entre estas dos pandemias.
Al igual que el coronavirus, se considera que el VIH es de origen animal. En este caso, provendría de una mutación del virus de la inmunodeficiencia de los simios, con origen en África. Asimismo, tanto el coronavirus como los retrovirus (familia vírica a la que pertenece el VIH) tienen como base de su material genético el Ácido Ribonucleico (ARN) y disponen de envoltura, cuya función es ayudar a los virus a entrar en las células que quieren infectar.
Sin embargo, es muy diferente el mecanismo por el que se transmiten y generan enfermedades entre humanos. El coronavirus ataca a células de diferentes órganos, generando principalmente inflamación y una respuesta exagerada del sistema inmunitario. Algo totalmente contrario sucede con el VIH. El retrovirus afecta al sistema inmunitario, destruyendo específicamente las células CD4, también llamadas células T, que son precisamente las que ayudan a luchar contra las infecciones. Con el tiempo, se puede reducir tanto el número de células T que el cuerpo pierde su capacidad de luchar contra otras infecciones. Son precisamente estas otras enfermedades, infecciones oportunistas, las que aprovechan de la ausencia de células T para atacar al enfermo, e incluso le causan la muerte.
Mientras que los estudios indican que el coronavirus se transmitiría a través de gotas microscópicas de saliva que se expulsan al hablar, respirar, toser, etc.; el VIH necesita un contacto más estrecho. El VIH se transmite cuando determinados fluidos corporales (como la sangre, el semen o la leche materna) se ponen en contacto con mucosas o sangre de otra persona. También se diferencian en su periodo de incubación, ya que en el coronavirus es de apenas unos días y en el VIH puede llegar a ser de hasta 10 u 11 años. Estas particularidades, sin duda hacen que las dos pandemias se desarrollen de manera muy diferente.
En lo que sí coinciden de nuevo ambos virus es que, de momento, no se dispone de cura contra ellos. En el caso del coronavirus se tratan los síntomas de la enfermedad, como haríamos en una gripe común. Para el VIH existen los llamados tratamientos antirretrovirales, que son fármacos que ralentizan de manera importante la multiplicación del virus dentro del cuerpo. Solo en dos casos, uno en 2008 y otro recientemente en 2019, se ha identificado dos pacientes de SIDA en los que se considera que el virus ha desaparecido a largo plazo. Además, en ambas infecciones, se apela a la responsabilidad personal como principal herramienta de prevención de contagios.
Más allá de estas diferencias y similitudes biológicas y epidemiológicas, las pandemias de SIDA y COVID-19 comparten consecuencias a nivel social. Las dos han puesto de manifiesto que la salud está estrechamente relacionada con otros problemas fundamentales como la desigualdad económica y/o de género. Como contrapunto, la aparición de ambos virus ha supuesto un impulso para la investigación y la colaboración global entre países e instituciones. Si en los años 80 los activistas del VIH consiguieron reducir el tiempo de aprobación de los fármacos para el SIDA, vemos ahora como se ha acelerado el desarrollo de vacunas, tratamientos y test diagnósticos para hacer frente al COVID-19.
Citando el comunicado de la ONU para el Día Internacional de la Acción contra el Sida 2020, bajo el lema «Solidaridad mundial, responsabilidad compartida»: “En muchos aspectos, el poner fin al SIDA como amenaza de salud pública depende de cómo el mundo logre responder a la COVID-19.”