Imagínate la siguiente situación. Estás solo y no sabes porqué has sido elegido. Observas que poco a poco se van sumando compañeros de la misma edad dentro de un cubículo misterioso. No hay ventanas y la única salida es por donde entraste. Tampoco ves que haya alimento o agua a la vista. De repente, observas que hay varias esferas del mismo tamaño, textura y color que llaman tu atención. No te cuestionas ni te estresas por esta escena sacada de una película de terror. Lo único que se te ocurre hacer es esos momentos es ponerte a jugar con la esferas y tus compañeros, al verte, te han seguido en el acto.
Menudo plot twist, ¿no? Pues bien, si no te extraña este comportamiento y te sientes identificado con esta descripción, seguramente es porque eres un abejorro común.
Así como lo lees, el abejorro común, conocido científicamente como Bombus terrestris audax, ha demostrado frente a la ciencia que no necesita de estímulos tales como agua o comida, para interactuar con objetos que no se identifican como herramientas de supervivencia. A su vez, los investigadores observaron que estos hermosos individuos no demostraban acciones particulares de reproducción o de trabajo cuando movían las esferas. En otras palabras, se puede decir que solo se estaban divirtiendo.
Pero, ¿qué significa diversión para el reino animal? Según la RAE, diversión significa tener un pasatiempo o también, la acción de distraer o desviar la atención. En el mundo animal este concepto difiere un poco de lo que los seres humanos conocemos como disfrute, hobbies o entretenimiento. Es por eso que, para poder determinar si un animal está «jugando» necesita cumplir con al menos cinco criterios.
El pilar de los cinco criterios
No es ninguna novedad reconocer que sí hay animales que se divierten, juegan y les emociona positivamente tener una actividad fuera de sus roles jerárquicos, y sus funciones en su hábitat biodiverso. Para los mamíferos, anfibios, peces, y aves es muy común observar estos comportamientos dentro de su entorno y realizarlo en actividades grupales.
La biología ha estudiado con detalle las características que definen a una especie como apta para la diversión. Sin ir lejos, existen teorías que clasifican y determinan qué es juego de lo que no. En primera instancia la actividad no puede ser parte de un comportamiento funcional, es decir, no debe partir de una necesidad de adaptarse a algo. Segundo, no se considera juego si para ello recibe estímulos como comida, pareja o refugio. Tercero, se descarta cualquier conducta típica de esa especie frente al estímulo. Cuarto, se considera juego si la acción es repetitiva y sin razón aparente. Por último, el animal debe emitir respuestas gratificantes y que le disminuyan los niveles de estrés mientras realiza la actividad.
En principio, estas cinco características salen del estudio del psicólogo y etólogo estadounidense Gordon Burghardt en su libro The genesis of animal play: Testing the limits. En el que principalmente busca separar lo que sería un comportamiento habitual de la especie de una acción deliberada, desestresante y repetitiva.
Los ojos puestos en los insectos
Gracias a este estudio Do bumble bees play? (¿Los abejorros juegan?), que se publicó en la revista Animal Behaviour, se llega a la conclusión de que probablemente los insectos también reaccionan positivamente al juego y a la diversión. Lo que daría inicio en el campo de la biología para estudiar más a fondo a otras especies de invertebrados de seis patas que también tengan comportamientos fuera de sus funciones principales.
Esto no solo lleva a pensar que los abejorros son más que arduos trabajadores y dedicados en el mundo de la polinización sino que se podría considerar la posibilidad de que también son seres sintientes. Pues hasta la fecha, no se habían encontrado registros de estudios de invertebrados que interactuaran fuera de un campo de estímulos o de sus funciones para el ecosistema.
[Véase también: La danza de las abejas]