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Ciencia Ciudadana: otra forma de hacer ciencia

 

Cultivar una planta de fresas, fotografiar el cielo nocturno o recolectar y clasificar moscas son pequeñas acciones individuales que pueden contribuir a crear conocimiento científico y mejorar la percepción de la importancia del medio ambiente. Estas actividades forman parte de proyectos de ciencia ciudadana, una forma complementaria de hacer ciencia que implica al público general en actividades de investigación, a través de su esfuerzo intelectual, su conocimiento del entorno o sus recursos y herramientas.  

La curiosidad de las personas por el mundo que las rodea se extiende más allá de aquellos que han recibido una formación científica estándar: aficionados a la observación de las aves, a la astronomía o a la meteorología llevan años contribuyendo a la ciencia con sus observaciones. La ciencia ciudadana canaliza esa curiosidad y la combina con la experiencia de los científicos de profesión en una relación sinérgica que crea otra forma de hacer ciencia.

El reconocimiento de la ciencia ciudadana como contribución a la ciencia, así como el interés en fomentarla son más recientes. “En los últimos años se ha consolidado el término ciencia ciudadana y se ha reconocido que hay distintos de prácticas que pueden llevar a producciones científicas”, destaca Fermín Serrano Sanz, director ejecutivo hasta 2018 de la Fundación Ibercivis, organización pionera en ciencia ciudadana en España, y firme promotor de sus iniciativas. “Esta evolución queda reflejada en las diferentes convocatorias oficiales de financiación”, añade Serrano.

Por otra parte, la propia ciencia ciudadana ha evolucionado de forma significativa, tal y como indica Jaime Zamorano, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y director, entre otros, del proyecto AZOTEA, destinado a estudiar la contribución de la actividad humana en la contaminación lumínica. Zamorano señala que inicialmente primaba la mano de obra, tener gente trabajando para los científicos de un centro. “Sin embargo, ahora se busca que los ciudadanos participen en todo el proceso”, comenta. ”En el origen, a través del diseño experimental, en  el desarrollo mediante la participación y en el final, a través de la comunicación”.

El proyecto de ciencia ciudadana AZOTEA, estudia la contribución de la actividad humana en la contaminación lumínica. Imagen: Edu Alarcón (CC BY 2.0 https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/).

Hoy en día existen diferentes estrategias para llevar a cabo ciencia ciudadana, que implican variaciones en la participación e implicación de las personas involucradas. Igualmente, la disponibilidad de temáticas es muy amplia, como puede observarse en el Observatorio de Ciencia Ciudadana de la Fundación Ibercivis.  Se podría decir que hay proyectos para todos los gustos. Mari Carmen Ibáñez, responsable de administración y gestión de proyectos  de la fundación,  conoce bien las claves para que los proyectos tengan éxito: “Los que son cercanos, sencillos y están dirigidos a todo tipo de público son perfectos. Y si es un tema de interés, que atrapa a la gente, mucho mejor”. Buena prueba de ello es el proyecto relacionado con COVID-19 disponible en la actualidad. En este caso, los ciudadanos aportan la capacidad de cálculo de sus ordenadores con el objetivo de estudiar si fármacos ya aprobados para otras infecciones inhiben la replicación del coronavirus. Mari Carmen señala que el proyecto ha tenido tan buena acogida y las tareas informáticas asignadas se realizaban tan rápido que algunos participantes han llamado para preguntar si se había estropeado algo ya que no detectaban tareas pendientes.

Donde la ciencia habitual no llega

Sin duda, uno de los puntos fuertes de la ciencia ciudadana es el conocimiento científico que genera. Esto se debe en gran medida a su capacidad para llegar donde los científicos no pueden llegar. La implicación de los ciudadanos permite obtener datos que hubieran sido difíciles de obtener de otro modo.

El proyecto “Vigilantes del aire” de Ibercivis, que utiliza plantas de fresa como mini estaciones ambientales. Imagen: The-Lore.com, en Unsplash.

Un ejemplo es el proyecto “Vigilantes del aire” de Ibercivis, que utiliza plantas de fresa como mini estaciones ambientales. Cada uno de los ciudadanos participantes recibe una de las miles de plantas que reparten los responsables del proyecto, la cuida y, pasado un tiempo, envía algunas de sus hojas al equipo de científicos, quienes analizan su composición para estimar la acumulación de metales debida a la contaminación. Enrique Navarro, responsable científico del proyecto señala que la participación ciudadana proporciona una importante variabilidad en la localización de los datos, que sería muy difícil de conseguir recurriendo a otras estrategias. “Además, añade una dimensión más ya que hace posible el estudio del efecto de la distancia respecto al suelo”, destaca el investigador.

Algo similar ocurre con el proyecto AZOTEA ya mencionado. En este caso, los participantes del proyecto utilizaron su propia cámara de fotos para tomar imágenes del cielo nocturno durante y después del confinamiento de este año. Jaime Zamorano, responsable científico del proyecto, señala que la instrumentación instalada en la Facultad de Físicas falló y no pudo registrar los datos de algunos días. Sin embargo, gracias a la participación ciudadana, no se creó un vacío de registros durante ese tiempo.

Ciudadanos implicados para el beneficio de todos

Quizás el principal beneficio de la ciencia ciudadana no sea el conocimiento científico que genera, sino su impacto sobre los ciudadanos y la sociedad.

Investigadores e implicados coinciden en que la ciencia ciudadana brinda a los participantes la oportunidad de trabajar con investigadores profesionales. “Los estudiantes se sienten implicados”, destaca José Manuel Viñas, profesor en el IES David Buján de Cambre, en Galicia, sobre sus estudiantes, que participan en el proyecto de “Vigilantes del Aire”. “Al principio la mayoría no saben qué están haciendo, pero una vez obtienen resultados toman conciencia de lo que están haciendo”. En este aspecto, Viñas señala que el contacto con los investigadores es muy importante para desarrollar el interés sobre los proyectos.

Estudiantes de instituto participan en el proyecto Melanogaster: Catch the Fly!​’. Imagen: Catch the Fly.

Desde el portal Observadores del Mar, promotores de la participación ciudadana para ampliar el conocimiento del medio marino, destacan también el papel de la ciencia ciudadana como motor de cambio. “Conocer nuestro entorno, en nuestro caso el entorno marino, nos hace apreciarlo más y actuar por su protección”, afirman.

Por último, la ciencia ciudadana puede también nutrir el camino hacia una carrera investigadora. Irene González conoció el proyecto “Melanogaster, Catch de Fly”, dedicado al estudio de la adaptación de los organismos a nuevas condiciones ambientales,  gracias a un congreso de ciencia para jóvenes. Al descubrir los problemas que tenían en el proyecto  para diseñar una lupa adecuada a sus necesidades, ella y su padre decidieron ayudar. Ahora, gracias a ellos, el proyecto dispone de “Magni-Fly” una estructura que permite adaptar el teléfono móvil como una lupa y puede ser utilizada en clase. E Irene, recién graduada en biotecnología, acaba de realizar unas prácticas con el equipo de investigación, siguiendo su propio camino en la ciencia.

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